Zoe Gotusso: La hechicera

Zoe, somos iguales a vos y nos lo demostrás no solo en cada concierto sino en lo que nos compartís de tu vida cotidiana. Cuando pienso en un artista, pienso en la importancia y en el poder de las palabras plasmadas en sus canciones. Cuando pienso en Zoe también me animo a teorizar que por algo escribe de lo que escribe, porque somos como ella y ella es como nosotros. Eso lo vivimos en una nueva visita a Paraguay.

Por Mavi Martínez

Fotos por Renata Vargas

Solo que ella pidió la palabra y le dejamos que la tome, que agarre el micrófono y se pare en el medio, que se suba sobre la mesa y que nos empiece a contar historias que podrían ser nuestras historias. Dejamos que cierre los ojos, respire y reciba ese poder del más allá, de esa brillante y misteriosa luna en cuarto creciente. Dejamos que se calce la guitarra, que la abrace, que pasee sus dedos por esos acordes más intrincados, que dibuje flores de diferentes colores y aromas sobre el mango y que nos rodee con su espiral de cariño. Con estas “armas” ella narra sobre la cotidianeidad, el amor romántico, el temeroso desamor, la amistad, la vida misma y sus dificultades.

Estas historias, tal vez verdad o tal vez ficción, ella musicaliza con un caleidoscópico abordaje musical, porque Zoe (seguro también lo sabe, como nosotros) pareciera escuchar de todo y gustar de todo. Lo que le resuena lo toma y hace canción. Desde una bossa nova, un candombe o hasta la melodía más pop y pegajosa posible. Todo lo que ella nos regala nos mece, nos arrulla como una canción de cuna que necesitamos sin saber.

Pero todo esto nos encanta porque ella nos encanta. Sí, nos encanta de que nos gusta y de que nos hechiza, encantar en toda su extensión posible. Ella es una hechicera pero no tiene “trucos” que nos oculte, porque lo que nos hechiza es justamente nada más y nada menos que su espontánea y verdadera presencia escénica, esos ojos que brillan cómplices, esa sonrisa que nos ilumina y sin darnos cuenta nos hace quererla más y más. Esa voz cadenciosa de cuando deja de cantar y nos empieza a hablar, entre timidez y parsimonia.

Zoe pareciera flotar entre la gente, aparece y desaparece como si fuera una aparición espectral que nos trae un mensaje, pero uno bueno, que nos recuerda que si bien el mundo allá afuera de las paredes que solemos poner a nuestro corazón para cuidarlo del bombardeo cotidiano o de las tristezas inherentes a vivir, hay también ese brillo de esperanza. Ella nos invita a encontrar un poco de eso en su música y en su compañía, o en la compañía de los seres que queremos y con quienes elegimos compartir su música.

Leí en Twitter que un usuario o usuaria (que también había leído por otro lado) dijo que las canciones de Zoe “se sienten como un hogar”. No puedo estar más de acuerdo, persona, quien seas, porque sus canciones son hogar en la amiga con la que vemos el concierto y que sabemos que siempre va a estar ahí, son hogar por las veces que lloramos tocados por sus letras y entendimos que llorar sí es de fuertes, son hogar porque el sonido de su particular voz también nos hace viajar, son hogar cuando nos sentimos mal y enseguida su canto nos “acerca a estar mejor”. Son hogar para morar en cualquier momento y bajo cualquier excusa. Es ese hogar que del que podemos también salir un rato pero sabemos que siempre va a estar ahí.

Este concierto (en Sacramento, el 9 de febrero), como varios otros que ví, fue especial porque Zoe hace que todo a su alrededor se eleve con ella, como si fuera un ritual, una levitación colectiva. Estamos todos en el aire o sobre nubes que no nos hacen daño, porque ella nos invita a ese lugar mejor por un par de horas. Lo que ella no sabe (o quizás sí) es que podemos llevarnos tanto de ese momento que podemos hacer que dure más y así tener herramientas para sobrevivir. Sí, así de fuerte y poderoso.

Ella entrega una canción tras otra, las “viejas”, las nuevas, las de Salvapantallas, las que no están aún grabadas, nos cuenta de un nuevo álbum. Mientras pasa todo esto ella toca la guitarra criolla, pasa a la eléctrica, vuelve al medio del público, vuelve al escenario, sostiene un impresionante contacto visual y químico con sus músicos, nos mira, sonríe y a veces el tiempo se detiene en una canción. A veces grabamos (en los celulares pero siempre en las retinas) y a veces nos quedamos embelesados ¿Cómo es posible que una sola persona sea capaz de tanto? Es que muy seguramente Zoe ama lo que hace y ama compartir con sus músicos y la gente. Ama crear cada momento único porque cada concierto tiene una energía especial. Esa chispa podemos guardarla en nuestro corazón, cual frasquito imaginario, y llevarlo colgado por el cuello.

De conjuntito celeste, sencillo, en dos piezas, zapatitos negros y medias blancas. Así apareció y no la podemos olvidar. Esos tatuajes que adornan su cuerpo, algunos nuevos y otros medio despintados. El pelo entre mojado y movido. Su cara brilla coronando su contexto y su persona se sigue elevando junto con todos nosotros que seguimos a esa pequeña gran artista que, en su sencillez (quizás por eso nos gusta tanto), nos recuerda que la grandeza de la vida reside en momentos como este, donde estamos todos juntos, conocidos y desconocidos, cantándole a la vida, al amor y a la amistad.

Pensaba también que Zoe era la voz de una generación, pero el público de este concierto me demostró que su música ya se ha paseado por todas las generaciones. ¿Cómo ha llegado a tanta gente, no? Para mí es fácil, y la respuesta no es ni algoritmo ni tendencias. La respuesta es hacernos sentir que somos como ella y que ella es como nosotros.

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