“Mezcla rica” y la geografía del amor

Es verdad. Es verdad que viajar no es solo trasladarse de un punto geográfico a otro. Es muchas, muchas, pero muchas otras cosas más que aportan a la visión de un ser humano, a las vivencias, a los sentimientos, a la historia personal. Es así que, aprovechándose de esos viajes literales, Calequi entiende y encuentra sus verdades, las acepta, pero en el mayor acto de matar al ego las comparte, no solo con quienes colabora sino con nosotros.

Por Mavi Martínez

Nos deja entrar a su mundo, abre las manos, abre el corazón y nos comparte sus vulnerabilidades. Como quien acepta que el mundo es dinámico y el tiempo no se detiene, el músico nos trae en doce nuevas canciones su propio recorrido sentimental. “Mezcla Rica” es la geografía emocional de Calequi, quien suma a dos grandes amigas: Luisa y Lauri, las alucinantes Panteras, y a un “dream team” de invitados de todos los rincones y sabores.

Maletas y auriculares listos. El avión despega y nuestros pies del suelo también. A punta de un ritmo electro latino, sintetizadores y una melodía quebrada, que nos afecta directo a las caderas que ya se mueven, arranca el álbum con “San Juan y Medellín”. “Hay música en todo, hasta en la derrota” nos afirma ya de entrada Calequi, mientras canta con pasión certera y aguarda a sus compañeras, quienes entran al ruedo con precisión quirúrgica. Gracias por hacernos bailar enseguida y trasportarnos a Colombia. La reina colorida Lido Pimienta hace su aparición con poder y sutileza a la vez, para subrayar que el baile es su territorio y, evidentemente, de todos estos artistas.

Luego de este intenso comienzo Calequi nos arremolina con la suavidad de esa voz suya que arrulla cuando es necesario para cantarnos “Una ciudad de cristal (Montevideo)”. Mientras, podemos sentir una brisa luminosa, entre guitarras eléctricas, distorsiones y vocoder que funcionan cual grandes olas que nos saludan. Grandes embajadores del país que homenajea, como Facundo Balta, Niña Lobo y Jorge Drexler, aparecen para completar este son de remanso y paz que nos lleva hacia el mar.

“La hora tica (San José de Costa Rica)” navega sobre un pulso lleno de swing, mientras un elegante colchón de vientos nos hace sentir en la piel un terso paisaje caribeño, entre playas y selvas, tal como cita la canción. Estos tesoros se han presentado ante el autor, quien eleva la figura del rey del calypso, Walter Ferguson.

De nuevo suspiramos para volver a bajar un poco de tempo y de intensidad, pero no así de emociones. Como una espectral y nostálgica aparición llega “Doesn’t make you happy that I’d love you (NYC)”, una canción que se sostiene en la belleza de la sencillez y en las armonías creadas por las voces que se suman, de Kevin Johansen, Gaby Moreno y Matov. Me evocó bastante a “Hallelujah”, de Leonard Cohen, por su espíritu de himno.

La guitarra eléctrica corta el silencio con una distorsión desgarradora, abriendo paso a voces angeladas que nos cantan “Rua almirante Alexandrino (Río de Janeiro)”, donde nos acaricia también con su voz el gran João Cavalcanti. Esa amalgama de elementos electrónicos, que saben ser protagonistas todo el álbum, parecen recordarnos que al estar al servicio del talento del hombre significa posibilidades infinitas para generar las fantasías musicales más delicadas, como esta obra.

Como un mago de las tonalidades y los paisajes sonoros, Calequi nos presenta otro cuadro completamente distinto al cantarnos “Sin control (Ciudad de México)”. La gastronomía, la geografía, las costumbres, la religión, todo aparece en esta canción que esboza un homenaje a esta ciudad que se erige gigante y bella, en esta obra que nos salpica con trazos de folclore.

Enseguida salimos del trance en el que nos encontrábamos inmersos y pegamos un salto de jolgorio hacia la vibrante “Bailando en Sampa (São Paulo)” donde hace su calurosa aparición Francisco, el hombre. Bailar es una obligación, así esté uno solo en su casa. El ritmo te estremece y te lleva a sambar aún sin siquiera saber hacerlo profesionalmente.

“Noche del Paraguay (Asunción del Paraguay)” es luego como un disparo de belleza en una noche silenciosa, donde las estrellas danzan formando esta melodiosa guarania; toda una sorpresa para quien more este país, ya que puede sentirse amado por tan sublime homenaje. Como una etérea ninfa de otros mundos nos deja pasmados la voz de Miryam Latrece, elección perfecta para una canción que huele a campo, le reza a la luna y reverencia al amor.

En un parsimonioso rap de laboratorio, inteligente y fino, “Siempre vuelvo a tus ojos (Santiago de Chile)” nos habla no solo de Violeta Parra, Gabriela Mistral y Pablo Neruda, sino de los recuerdos que un sitio puede dejar, así como sus calles y sus paisajes. Los arreglos, una vez más, disruptivos y cargados de las más dispares texturas, nos hacen agua la boca. Queremos más de esta mezcla rica que ofrece guiños a todos los ritmos regionales.

Calequi no nos da respiro. Luego de sobrevolar los Andes nos dejamos poseer rápidamente por el ritmo de la exuberante “Ke lo ke (Santo Domingo)”. De la introspección al baile, como un vaivén de los más deliciosos, este disco nos recuerda a cada segundo lo que es estar vivos. Con sorpresas sin parar, llega a la travesía el español Xoel López, quien aporta su cristalina y hechizante voz a este son que nos deja al borde del infarto.

Como una balada indie pero añeja, construida con capas y capas de sonidos profundos, “Tu boca de Lima” resulta una de las canciones más enternecedoras, ya que la dulzura de Lorena Blume reposa segura en la voz de Calequi, quien nos propone esta pendular tonada en clave de declaración de amor.

Javier vuelve al origen: Buenos Aires, cerrando un círculo con “Y yo pensaba olvidarte (Buenos Aires)”, una baguala electrónica, donde aparecen sonidos que escuchamos en casi todos los otros temas, como a lo “gran final”, que resume un tanto todo el espíritu del disco. Mezcla, sabor, experimentación, homenajes, recuerdos, abrazos a lo que fuimos y somos, mirando siempre hacia adelante. Un tema en el que el artista refuerza el sentirse muy humano, dejando pasar a sus fantasmas, a sus memorias, mirándolas con ternura, pero dando el beneplácito a la reconciliación.

Desde Buenos Aires partió al mundo al que hoy canta y de la mejor manera, amarrado a sus afectos, esos con los que construye en el día a día, a veces a pesar de la distancia o del paso del tiempo. Javier eligió edificar ladrillo a ladrillo bajo la mirada de sus seres más queridos, a quienes dejó entrar en su corazón para mostrarle sus verdades hechas canciones.

Aparte el nombre del álbum. ¡Qué placer! Un placer pensar en los múltiples significados que, si dejamos volar la imaginación, podemos darle. Como en el sentido más propio de las comidas, qué grato es alimentarnos con algo que nos hace felices, con esos platos que, como decimos al probar algo delicioso, hacen que nuestro estómago esté contento o que nos remiten a momentos únicos, como la comida de la abuela en la casa materna, por dar solo un ejemplo. Y uno puede reírse de la felicidad porque, al final, metafóricamente este álbum nos hace eso, pero con canciones. Dicen que el estómago es el órgano que también siente nuestras emociones y nos lo hace saber de forma física. Como las “mariposas en el estómago” cuando estamos atravesando sensaciones fuera de serie.

Sin dejarme poluir, el músico me había comentado que para él, de forma muy personal, con este disco había notado que pudo llegar a un punto muy alto en todo sentido. Habité por varios días ese comentario, sin que me condicione a estar de acuerdo rápidamente. Me detuve. Usé ese detenimiento para escuchar el disco varias veces y ver si naturalmente decantaba hacia el pensar que tenía razón. La tiene. Pero entendí que lo dijo porque es un disco muy humano, muy honesto, muy verdadero. Este disco es su verdad.

Anterior
Anterior

Daisy Lombardo: ofrenda del alma, con una voz sublime y sin tiempo

Siguiente
Siguiente

Caleidoscópico “Retrofuturismo”