Invencibles por siempre

Hablar de viajes en el tiempo es una de las mayores fantasías de ciencia ficción que tiene el ser humano. Sobre si es posible físicamente, de una forma literal, nunca sabremos. Seguirá siendo una fantasía, producto del deseo de esas cosas inexploradas. Pero algo verdaderamente posible es viajar con la imaginación, en cualquier momento y lugar. Es incluso eso a lo que recurrimos como ejercicio para buscar sentirnos bien, sosteniéndonos en recuerdos de momentos en los que fuimos invencibles.

Texto: Mavi Martínez

Fotos: Kevin Cabrera y Diego Zarza

También mucho se usa la palabra nostalgia para hablar del pasado, de esos momentos que recordamos, momentos que hoy ya no son, pero en los que fuimos alguien que, a pesar de cosas difíciles, sigue hoy en pie. En este sentido, quizás para todos, la adolescencia fue un momento agridulce, conflictivo (con uno mismo y con el resto del mundo), donde pasa todo y nada al mismo tiempo, donde todo es una aventura y mucho es miedo (también al mismo tiempo).

La adolescencia es la etapa más “temida”. Todos los libros de ciencias explican los constantes cambios que se dan en los humanos. Más allá de lo físico, priman por supuesto los cambios hormonales y emocionales. Muchas veces uno se siente solo, incomprendido, porque a ese nivel emotivo se están moviendo muchas cosas adentro. Pero en ese crecer y moldear nuestra personalidad, nos cruzamos en la vida con elementos que nos generan felicidad, que son escape en medio del caos, que son luz en la oscuridad, que son paz en la tormenta interna que es vivir siendo adolescente.

Un elemento crucial para muchos fue y es la música, y los chicos de los 90 definitivamente crecimos con el impacto de específicos grupos musicales que elegimos abrazar y estos, a su vez, con su obra abrazaron nuestra adolescencia y pusieron curitas a cada herida. Cada canción que adoptamos como nuestra, como himno, hizo a esa personalidad que se va formando y que va buscando también formas de rebelarse, en ese entonces, a un mundo que gira en otra dirección que nuestras propias convicciones, sueños o deseos. Abrazamos letras que sentimos que fueron escritas para nosotros.

Un viaje en el tiempo para abrazar a nuestro yo adolescente

Para las primeras dos jornadas de festival, Asunciónico proponía un verdadero “tour de force” con la presencia de bandas que comenzaron entre la década de los 90 e inicios del nuevo milenio, que nos marcaron y que, sorprendentemente, algunas debutarían en nuestro país tras un largo recorrido de años de carrera y de obstáculos como enfermedades o accidentes.

Definitivamente hay un hilo invisible que une a Blink-182, Limp Bizkit y The Offspring, y es esa vorágine de caos, rebeldía, incomprensión e inmadurez que supieron plasmar en sus comienzos y que nos atravesaron porque forjamos nuestro yo adolescente al son de sus canciones. 

Romper todo y escapar, llorar desconsoladamente o aguantarnos el llanto, simplemente ver pasar las horas del día evadiendo responsabilidades, empezar a entender/sentir ese revoloteo hormonal por esos primeros amores, sufrir los primeros desamores, de esos que hacen que el mundo pare y que nada tenga sentido; pelearnos con nuestros padres o hermanos, enfrentar a nuestro ego adolescente (el peor de todos), simplemente sentirlo todo demasiado fuerte e intenso. 

Pero más allá de que nos parecía que el mundo esté en contra de nosotros, éramos invencibles, teníamos a Blink-182 hilvanando con palabras certeras e incluso groserías sin sentido todo lo que no nos animábamos a vomitar. O a Limp Bizkit desatando toda la furia en canciones intensas, de esas que nos invitan a rompernos en mil pedazos en un pogo, aunque ya tengamos más de 30 años de edad. O a The Offspring, arremetiendo con locura punk rocker toda esa energía y esa electricidad que corre por nuestras venas y que a hoy nos hacen seguir sintiéndonos invencibles. 

Pero hay algo en todo esto de saltar juntos que nos muestra que, si bien en la adolescencia nos sentíamos solos, hoy podemos darnos cuenta que podemos poguear en comunidad, mirando al gentío en el que nos sentimos uno solo, ya que latimos al mismo son de recuerdos. Al final uno nunca está solo si hay una canción que nos conecta a nuestro ser más intenso, y mejor aún si podemos compartirlo con una masa de desconocidos que por unas horas se hacen viejos conocidos.

Cuando las luces se apagan y nuestros héroes de adolescencia salen al rescate, parece que al mismo tiempo nada y todo tiene sentido. Nuestras partes rotas se unen, nuestros pedazos tirados por el camino salen flotando de la nada y podemos mirar agradecidos al pasado que nos formó. Ese sofá en el que nos tirábamos a ver MTV, esas tardes donde las horas no existían, todo se materializa detrás de nuestro cerebro, mientras los ojos persiguen con la mirada a Tom, Mark y Travis, unos locos que evocan a esos chistes que nos hacían reír, sin sentido alguno, en esa época donde nada importaba. Hoy esos chistes pueden caer mal, pero no podemos escapar de lo que fuimos porque todos en algún momento fueron unos tontos inmaduros. Negarlo sería ridículo.

Vemos a Fred Durst y a Wes Borland salir como bestias sin correa a arremeter con toda su efervescencia, pero a mostrar que detrás de esos tipos duros se esconde la ternura que les permite subir a un niño al escenario, cuidarlo, quererlo y cantar a los gritos, siendo en ese momento todos unos niños desaforados.

O al salir Dexter y Noodles junto a toda la banda con sus riffs filosos, sus pelos puntiagudos y un aire de que sus adolescentes tampoco han envejecido, es cuando esas piezas rotas de nuestro rompecabezas sinuoso pueden unirse. Porque todo lo que importa es ese momento y ser invencibles contra todo mal que aceche allá afuera en la ciudad.

El ritmo de nuestros corazones

Por supuesto, el “multiverso” propuesto como todo festival traía otras atracciones que se desviaban (sonoramente) de ese carril primero que unieron las tres bandas ya citadas. En estos dos primeros días tuvimos también el privilegio de ver a otros grupos como Arcade Fire, Thirty Seconds to Mars, The Driver Era, Dayglow, Jungle, Trueno, Nafta y 1915.

Era realmente una ensalada, un bombardeo a nuestros sentidos, pero es siempre un placer para quien disfruta de la música el hecho de dejarse llevar y sorprenderse por lo desconocido, o de dejarse volver a conquistar por lo ya conocido. En ese sentido, Thirty Seconds to Mars volvía, en tanto Arcade Fire y Jungle debutaban. Hay algo del brillo de una joya preciosa que liga a estas propuestas. Es el ímpetu por saber envolver a la gente en una espiral sonora, haciendo que cada elección de performance o canción atrape al instante.

Thirty Seconds to Mars no puede negar que tiene a un frontman que nació para esa labor. El público estaba a merced de Jared Leto y él lo sabe muy bien, porque tan solo con una mirada o una sonrisa, podía desarmar a la multitud que ansiaba escuchar qué sería lo próximo que diría o cantaría. Como gran maestro de ceremonias, demostró también que entiende que su gente es igual de importante que ellos de una forma horizontal. El escenario devino a gran pista de baile con decenas de fanáticos saltando alrededor de ellos, abrazándolos, filmando sin que nadie les diga que no lo hagan o acercándose a Jared para gritar junto a él sus canciones. El momento era ese y nada más. De nuevo, invencibles.

Jungle, para quienes ya conocían la banda, era una deuda, pero para quienes desconocían totalmente de su encanto terminaron rendidos a sus pies. El sexteto proveniente del Reino Unido significó como esa brisa fresca de alivio que tanto disfrutamos los paraguayos luego de días de intenso calor infernal. Seis almas sobre el escenario que transmitían una esencia angelical, salieron a defender su propuesta con elegancia, ritmo y también ¿por qué no? una sensualidad inherente al soul, el funk y el R&B que saben ejecutar como si hubieran nacido bebiendo de sus aguas. Lo suyo, sin que sus músicos sean histriónicamente intensos, fue descomunal. Fue la grandeza hecha sencillez. Son músicos que, como bestias de sus diferentes instrumentos, entienden que la música es algo que primero impacta en el estómago y se conecta con el corazón. Un menú variado y delicioso.

A su vez, Arcade Fire era también un platillo ansiado y quizás inesperado. De esas propuestas que pueden llegar gracias a estos festivales, porque tal vez en un concierto como acto solo no puedan convocar a una multitud. Y eso no porque no sean impecables, sino porque, justamente, estas propuestas de calidad muchas veces llegan solo a minorías que saben apreciarlas. 

Un espectáculo no solo musical sino visual y de emociones multicolores fue lo que trajo este grupo canadiense, que una vez más, como la banda anterior, demostró sencillez y el entendimiento de que la música nos mira a todos por igual. Sus cantantes, Win Butler y Régine Chassagne “extendieron” el escenario hasta el más allá. El altar era el disfrute. Sin miramientos, bajaron a sentir el calor y el sudor de la gente que llevaba ahí horas esperando este encuentro, sin saber que sería tan cercano. Régine generando pogo, codo a codo y salto a salto con la gente, era también su mayor acto de rebeldía, era también su abrazo a todos aquellos que fueron adolescentes descubriendo la locura hermosa que representa Arcade Fire.

Un abanico refrescante y salvador

Todo lo que pasó por este festival fue sorprendente y un recordatorio de lo importante que es que nos entreguemos a la sorpresa. Eso sí, me permito confesar que es también altamente frustrante porque uno como buen melómano tiene ganas de poder presenciar cada acto, algo que se hace realmente imposible al tener grupos tocando en paralelo, en escenarios diferentes y alejados.

Pude ver al rapero argentino Trueno, a la banda colombiana de latin rock Timo, pero me perdí de las actuaciones de The Driver Era, Dayglow, Nafta y 1915, con gran tristeza en mi corazón, pero esperando que, a juzgar por su impacto, puedan volver al país. No obstante, pude recapitular todo gracias a las fotos y los videos, constatando que cada propuesta ha tenido su público. Conociéndolas me atrevo a recomendar a todas estas bandas.

La pisada nacional va en ascenso

Es innegable que un festival de esta envergadura es una gran plataforma tanto para bandas emergentes como para las que ya llevan cierto recorrido y consolidación. En todos los demás festivales de la región, ya sea Lollapalooza o Estéreo Picnic, el cartel incluye también a agrupaciones de cada país donde se realiza. Paraguay no es la excepción con Asunciónico, que para cada fecha contempló propuestas diversas.

Los grupos entienden que las bandas internacionales, con más recorrido, vienen a dar todo su profesionalismo, por lo que a la hora de preceder estos shows no hay que conformarse con dar un show a medias. Algo sumamente positivo es que a esta instancia llegan, en su mayoría, grupos nacionales con gran nivel en lo musical alineado con su estética.

Nuevamente puedo mencionar a los grupos a los que tuve el placer de ver defendiendo sus propuestas, muchos de ellos bajo el lapidario sol del atardecer, algo que podría jugar demasiado en contra porque somos conscientes de que estas temperaturas salen del rango de lo “normal”. Es por eso que cargarse un show sobre las espaldas, dominar el escenario y además, ejecutar su música de manera impecable, es algo digno de resaltar.

Tanto Flou, como Nhandei Zha y Pornostars trajeron a los escenarios principales una gran descarga de los géneros por los cuales navegan con sabiduría, como el rock, el hard rock y el metal. El deseo y la sed de la gente de entregarse a los saltos, al headbang y a agitar, empezó a saciarse con estas presentaciones, ya que los grupos no perdonaron al calor y se desquitaron en sus respectivos sets. El sudor, los gritos y los aplausos aparecían a la par que el sol iba cayendo. Todos salieron a darlo todo.

Un grupo que en lo personal se ha destacado por un sonido demasiado sólido y un set exacto fue El Culto Casero, que ya viene de presentarse en el Lollapalooza de Argentina. Es que una banda que ha llegado a estas instancias sabe que hay que dejar de aspirar a tener cierto nivel y simplemente trabajar para lograrlo, de tal manera a entrar a las grandes ligas. El show fue impecable, el sonido nítido y la presencia escénica lúdica y disfrutable. Su música, tan diferente según sus etapas, también agrada porque sabemos que en el cambio está la diversión.

Con un sabor que oscila entre lo popular, lo latino y lo indie, aparecieron en estos dos días Purahéi Soul, Per Se, Funk’Chula, Ciudad Mansa y Ripe Banana Skins. La gente nadaba en sudor y combatía el calor como podía, pero también se acercaba a los escenarios a cantar las músicas de estas bandas o a entregarse por completo al baile, entre la música paraguaya al funk, entre la guarania y el soul, entre la canción de autor y el rock. Las mezclas son siempre bienvenidas y estos grupos han sabido también valerse de invitados para dar más sazón a sus apuestas, ganándose aplausos y el cariño de la gente.

Lastimosamente, no pude llegar a ver a Sobre Ondas, Pat & The Jurassic Band, Deficiente y School of Rock. Pero destaco que los cantantes de Deficiente y El Culto Casero fueron los únicos en sentar alguna postura política, entendiendo que la música es también un arma contundente para abrir debate y denunciar. Ambos hablaron sobre el fallecimiento de la joven Andy, en extrañas condiciones en la Senad, y exigieron justicia. Bien por este reclamo y por no tener miedo a usar un escenario tan grande (y lleno de otros intereses) para decir esto. No todo es glamour y rosas, la música es rebeldía y caos.

Cierres punchi tunchi

Ambos días, como algo coincidente o a propósito, los afamados DJs Alok y Diplo aparecieron para terminar de gastar todas las energías o las pocas que quedaban de la gente a quienes todas las bandas anteriormente mencionadas lograron exprimir. Quienes pudieron se quedaron frente a los grandes parlantes para seguir moviéndose al pendular movimiento de los beats propuestos, cada uno a su estilo. Pero algo de lo que no se puede escapar, es de negar según lo vivido que la Goldie Oldie, esa fiesta que emergió como una propuesta diferente, supo robar el público de uno de los grandes DJ en estos días. Como una declaración de felicidad y de identidad con lo que sucede cada tanto en un pequeño país llamado Paraguay, la gente se reunió para bailar hits y para hacer pogo de canciones que no son siquiera “pogueables”. Pero dicen que en el riesgo está la ganancia y en el carisma (creo yo) también. Esas danzas casi primitivas se dieron al son de temas de antes, como si todos estos días siguieran una sola línea apegada a la nostalgia (según la definición, nostalgia: tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida).

Quizás hemos perdido momentos dichosos porque todos en algún momento nos sentimos más jóvenes de lo que tal vez somos ahora. Lo cierto es que todos amamos usar esa máquina del tiempo llamada música. Amamos subirnos a la nave y viajar, que los pies se desprendan del piso y que nuestros brazos nos lleven hacia adelante, hacia arriba, que flotemos en esas olas invisibles generadas por la música. 

Sabemos lo que es saltar, empujarnos, soltarnos el pelo y mover la cabeza porque nada importa. Sabemos lo que es mecernos al son de una melodía que nos lleva al más allá, quedarnos estáticos porque no podemos creer que nuestros ojos ven a nuestra banda favorita de cuando éramos adolescentes por primera vez, mientras una lágrima cae por nuestra mejilla, así como el sudor por la frente de Tom Delonge que venció al calor por entregarnos, con sus compañeros, el show que tanto quisimos.

Sabemos lo que es ver en ese escenario a bandas nacionales que tocan cada tanto en bares de la ciudad, por hacer un camino y algún día ser reconocidos más allá de estos límites que llaman a este país Paraguay. Es también ese sueño adolescente que tenemos todos de ser algo, alguien, o tal vez solamente un poco feliz por unas horas. Horas en las que no importa más que agitar esa rebeldía que tenemos dentro y que posiblemente esté dormida, pero que necesita tan solo un empujón en un pogo para ser desatada. Basta solo un salto al son de nuestra música favorita para sanar, volar y sentirnos invencibles.

PD: La nota del tercer día será aparte porque era una escena, estilos y generaciones moviéndose de una forma muy diferente 😊

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