Con "Renacido", Lucas Hill alumbra el camino hacia el entendimiento del significado del verdadero amor

En algún lugar de Colombia hay una voz que acuna las más preciosas, melancólicas y tórridas melodías. Una voz que no tiene igual, de particulares colores y de un sentido poderoso de consciencia hacia lo que canta. Es la voz de Lucas Hill, un artesano de canciones hipnóticas, que te llevan a ese más allá que dudamos que existe. Pero en su caso, él crea ese lugar misterioso al que podemos ir para abstraernos y elevarnos.

Por Mavi Martínez

Su último álbum llamado “Renacido” es la prueba de que todo lo que construye, con su canto y sus decisiones instrumentales, pueden atravesar a cualquier corazón dubitativo, a cualquier alma compungida, a cualquier mente arremolinada. Este puñado de diez canciones, a las que cuesta encasillar en un registro (aunque no debiera ser necesario), invitan a cerrar los ojos y dejarse arropar por el arrullo etéreo de la inventiva de Lucas Hill.

Y es que el disco abre justo ahí, desde la canción “Renacido”, cuando ya el artista nos afirma que “Todo tiene su final desde que comienza”, como una premonición que atraviesa cualquier contexto y que debemos entenderlo aunque nos cueste. La obra nos lleva de viaje por paisajes sonoros que aúnan elementos de folklore, aires andinos y detalles electrónicos que confieren a la pieza de una espectralidad potente, mientras entendemos que de lo vivido hay que aprender.

En tanto nos vamos sumergiendo cada vez más en este recorrido, llegamos a la delicadísima “Este momento”, que como estrellas centelleantes en el cielo nos presenta sonidos de programaciones, sintetizadores, mientras las caderas bailan instintivamente, por el sabroso ritmo que propone en una canción que subraya la felicidad de un encuentro y el disfrute del presente.

El bolerito en inglés “Hey girl” irrumpe como un tiro directo al corazón, como ese disparo certero que nos impacta y nos conmueve. Una inesperada tonada que se erige en una ola plagada de texturas de guitarras y voces en armonía. La obra toma un giro inesperado hacia un pop rock que coquetea con la sensualidad, para mostrarnos ese costado menos pudoroso de este vuelo, pero que también nos muestra al artista en un estado descarnado y a corazón abierto.

De la intensidad que vivimos en esa cima empezamos a ir cuesta abajo en cuanto a tempo e intensidad, para meternos de lleno a la dulzura de “Vuela”, una obra con fuertes aires confesionales a lo Sufjan Stevens. Y es en ese estado confesional donde Lucas Hill encuentra su cénit, porque la verdad le sienta bien y él sabe cantarla. Sabe masticar esas palabras que a veces cuestan o duelen. Por el filtro de su voz y su cariño, todo parece ir sanando, así como esta obra que admite que hay que dejar ir momentos, personas, porque no hay amor más grande que amar la felicidad del otro.

“Cambia” sigue en esa línea de aceptación, donde las flores coloridas se marchitan pero eventualmente son algo más, vuelven a ser raíces que se esparcen hacia la creación de nuevos mundos, nuevas historias, amores, sueños. Una vez más, es la voz de Lucas Hill la que brilla por sobre la tristeza o la soledad, como la confirmación de que este instrumento natural puede ser catalizador y cristalizador de emociones tan fuertes para la mente humana.

Los pajaritos se han quedado cantando para nosotros, quienes quedamos en un estado de trance por la belleza conectora entre temas. Así aparece “Querer y no juzgar”, que reafirma incluso la narrativa de la obra y de la primera canción. “No hay alivio sin dolor, no hay principio sin final”. Pareciera que el músico se está (o nos está) recordando una y otra vez que para que algo se rompa primero debe existir, para que algo muera primero debe nacer. Arpegios mántricos sobre silbidos que roban sonrisas que quedan grabadas. Lucas Hill escribe un cuento de hadas sonoro, que ama al amor por sobre todo y a pesar de todo. “Querer y no juzgar”.

Un bombo nos agarra por sorpresa cuando guitarras cristalinas dejan pasar la voz del músico en “Más por dar”. A pulso de pura percusión, el artista canta al cielo un pedido y un recuerdo, de que más allá de las lágrimas y las angustias siempre hay una luz. Nos guía, en este sendero, hacia “Perdido”, una melodía oscura y sumamente introspectiva, que refleja un poco el hastío y el cansancio de estar frente a situaciones desgastantes. Porque a todos nos pasa, somos humanos.

Esa marea de sonidos analógicos y electrónicos nos dejan en el penúltimo puerto de la travesía: “One Black One Grey”, una obra que suena a un corazón añejado, que sobre estas guitarras de ensueño le canta a las bienvenidas, al bailar la misma canción, al estar en la misma página. Ascendemos así, como sobrevolando nubes, hacia la última canción: “Wild One”. No hay que rendirse. Es esa, al final, la línea que lo resume todo. Ante todo, lo que cueste y lo que duela, vale vivir, incluso sintiendo que a veces hay días en que no podemos levantarnos. Afuera hay un sol, hay estrellas, hay sonrisas. En este mundo hay también canciones de Lucas Hill.

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